viernes, 14 de agosto de 2009

FINISTERRE EN LA FLIA ESTE DOMINGO 16 DE AGOSTO

Este próximo domingo, 16 de agosto, vamos a estar en la Feria del Libro Independiente con Finisterre.

La dirección:
FLIA en el IMPA
Querandíes 4290, barrio de Caballito, a partir de las 13 hs.

¡Los esperamos ahí!

http://feriadellibroindependiente.blogspot.com/

sábado, 16 de mayo de 2009

Sección Finisterre

En Finisterre las ideas tienen peso,
y a veces ojos, y brazos y conciencia;
Cualquier palabra tiene el poder de un terremoto,
y contiene en sí el secreto del universo.

Por Fernando Erbin

jueves, 14 de mayo de 2009

lente

lente - Nadia Nahilí Jarcovsky

veía
universos geométricos
cuidadosamente milimetrados.
con más colores
que el iris
de un arco.
veía
un caleidoscopio.

y dicen que
los colores
no son más que
un invento.

y a mí qué me importa.

dicotomía

dicotomía - Nadia Nahilí Jarcovsky


¿qué tanto duele un vacío?

tanto como mirar el rostro astillado

sobre un espejo sano

El prólogo

El prólogo

Vengo a ver Finisterre II: la primera me gustó mucho y quiero ver como sigue esta movida. Sabiendo que venía, los realizadores me han pedido que escriba una reseña o algo por el estilo, así es que traje esta libreta de notas y un lápiz.
Según veo, he llegado muy temprano: pocas butacas están ocupadas y en la pantalla se suceden sin nadie que los mire esos increíbles acertijos en los que te preguntan "¿Quién de estos tres se hizo famoso interpretando a James Bond?" y te dan como opciones: Guillermo Francella, Sean Connery y Madonna.
Me siento en la fila cero, desentendido de la pantalla, con mi balde de pochoclos entre las piernas. El aire acondicionado está bien ajustado y me distancia de la resolana que he atravesado para venir hasta aquí.
Y así estoy, comiendo pochoclo y atrapando pensamientos que después se me escurren, cuando veo que se van atenuando las luces hasta quedar sólo encendidas las indicadoras de posición, en las escaleras. Levanto la cabeza hacia la pantalla y tengo la sensación anticipada de la tortícolis que me voy a llevar. Tengo que sentarme más atrás. La sala está casi vacía así que, pienso, no voy a molestar a nadie. Levanto mi balde al que le queda la mitad del contenido, y subo la explanada con rumbo a una fila del medio, pero no llego, alguien me pone la traba y caigo todo despatarrado, en medio de una nevada de pochoclos. Al tiempo que caigo escucho gritos de terror que vienen de varias partes de la sala y movimientos que corresponden a caídas y persecuciones. Quiero recomponerme, saber qué está pasando aquí cuando siento que me ponen un cuchillo, al parecer muy afilado, debajo de la nariz. "Quedate quieto o perdés media cabeza" me dice un títere vestido de arlequín que no puede medir más de treinta centímetros de altura y que viene montado en una ardilla con casco de vikingo. Se me acercan otros títeres, entre ellos una bruja y un indio de madera. Entre todos me atan las manos detrás de la espalda y los tobillos entre sí, después el arlequín, al que los muñecos llaman "Desmundo" y obedecen como si fuera un general, corta un pedazo grande de cinta plástica para embalar y me la pega sobre la boca. Tengo miedo, esto no es ningún chiste, pero no puedo dejar de sentirme fascinado al notar que el movimiento y las actitudes de estos juguetes del infierno no tienen nada que ver con los efectos especiales de Toy Story; ni siquiera con los de Chucky.
Ahora la punta del cuchillo entra en mi fosa nasal derecha.
"Acordate de Jake Gittes cuando estés en el baño. Acordate, para que no se te vaya a ocurrir hacer ninguna estupidez ni..." Un grito colectivo, armado por muchas voces chiquitas corea "¡Viva Fernando Erbin! ¡Hasta la victoria, siempre...!"
Después de escuchar esto me siento alzado por cien manitos y llevado a una velocidad increíble por varios pasillos hasta que mi cabeza abre como un ariete la puerta del baño. Me encandila la luz pero llego a entrever a otras personas que, como yo, están atadas como matambres.
Se van los muñecos (al menos eso creo o deseo oír cuando escucho el golpe de la puerta contra el marco) y yo no me atrevo a mover un solo músculo: mi nariz es fea pero la quiero mucho. Aquí estoy, con la cabeza debajo del lavamanos y la mejilla izquierda pegada al piso frío, escuchando a una mujer que trata de no llorar a los gritos pero no puede dejar de sollozar.
De golpe, bien cerca de mi nuca, estalla un zapateo, una especie de frenético tap que no se apoya en ninguna melodía. Sólo oigo tacos y puntas que resuenan contra los mosaicos y, de fondo, el sollozo de la mujer, con sus picos y caídas. En eso algo revienta frente a mi cara. Según lo manda el instinto, mis párpados se han cerrado a tiempo, salvando a mis ojos, pero igualmente siento mil alfileres de vidrio en la frente y la mejilla derecha. Cuando abro los ojos llego a ver la etiqueta de una petaca de whisky hecha pedazos que alguien ha tirado o dejado caer. Sigue el baile. Con un esfuerzo terrible giro la cabeza para descubrir que no puedo ver más arriba de cierta altura y que si apoyo la mejilla derecha contra el suelo los pedacitos de vidrio se clavan más. Con la cabeza torcida en una posición insoportable veo un charco enorme que se ha formado al pie del lavamanos. En ese charco se reflejan los movimientos del bailarín. Estiro el cuello hasta alcanzar el centro del charco, donde el reflejo me permite ver hacia arriba. El bailarín, que parece muy borracho, que achina los ojos y sonríe de forma rara esta haciendo su baile frente al espejo. No soporto más la posición pero me asusta no poder recordar, ahora que volví a apoyar la otra mejilla en el suelo, cuál de los dos bailarines era el verdadero y cuál el reflejo, según lo que vi en el charco.
"Usted me hace acordar a un viejo que vi en el colectivo, un pobre viejo sucio que tenía la cara apoyada en la mano y lloraba así, de manera intermitente. Vaya a saber por qué lloraba, los pasajeros queríamos mirarlo y no queríamos, al mismo tiempo..."
El sollozo se detiene, se escucha el ruido de succión con que alguien se sorbe los mocos y después la voz de una mujer grande pregunta: "¿Y vos quién sos?". La voz de una chica, la misma voz que habló del viejo en el colectivo, le responde con una semipregunta. "¿Qué quiere saber, doña? ¿Quiere que le diga que me llamo Gisel Amaya?" La mujer que lloraba no le pregunta nada pero de pronto el baile deja de escucharse y se escucha un alarido que no puede venir de otro que no sea el bailarín.
Se escuchan pasos violentos venir desde afuera hacia la puerta. No puedo ya aguantar acostado en el piso, tengo miedo de que me ataquen por atrás. Como puedo me doy vuelta y apoyo la espalda contra la pared. En ese momento la puerta se abre y entra un tipo con los ojos huecos y la remera manchada de sangre que le cae del mentón. No es chiquito como los títeres. En dos trancos alcanza al bailarín, lo tira al piso, y empieza a morderlo sin que el otro pueda hacer nada más que aullar, y después ni eso. No quiero mirar, doy vuelta la cabeza, pero no puedo dejar de ver, virada al rojo, la espalda del zombie, la remera en la que está escrito: "Hernán & D'Ambrosio: Servicio de Catering". Cesan los aullidos, se escuchan ruidos de masticación y yo lucho por no vomitarme encima el pochoclo. Después, no sé cuánto tiempo después, percibo (es decir, veo y escucho a medias) el siseo de un bulto llevado a la rastra. Va pasando el cuerpo delante de mis ojos: piernas, cintura, torso. Y ahí termina todo porque el bailarín, ahora, ya no tiene cabeza. Vomito sobre mi pecho, me atraganto, siento que voy a morir ahí, asfixiado. Entonces alguien me separa de la pared y me golpea la espalda con fuerza, hasta que el pochoclo se destraba y vuelvo a respirar o algo así entre toses y nuevas arcadas. Alguien, el mismo que me golpeó la espalda parece estar acariciando mi cara. Es una mujer y no me está acariciando sino sacándome con delicadeza los vidrios que tengo clavados todavía en la mejilla. "Párese", escucho después; es la voz de la mujer que sollozaba. "Párese, que así puedo soltarlo". Al ponerme de pie me tambaleo, veo todo negro, siento que ella me sostiene. Me vuelve la vista, se me equilibra la presión. Soy puesto de cara a la pared, desatado de manos y pies. Yo mismo me arranco la tira que me tapaba la boca. "Lávese". Me lavo frente al espejo que ahora me da mucho miedo. Me saco a tirones la camisa vomitada, sigo lavándome; las heridas de la cara también. "Gracias", le digo a la mujer. Ella, sin sonreír pero con cierta ternura me dice: "Me llamo Ema y lo conozco a usted, se llama Fara. Fue profesor de una amiga, Bárbara Iansilevich, una vez estuve en una de sus clases. Usted no puede acordarse. Venga, vamos a sentarnos lejos de esta carnicería." Ahí es cuando veo que hay gente sentada en el suelo. Todos se soltaron manos y pies, todos permanecen ahí con la vista baja. Me siento con Ema que, sin preguntarme nada, me cuenta su vida, su viudez, el alejamiento de sus hijas, la llegada de los cincuenta, el consuelo que le brindaron los libros y los malvones de su casita azul y amarilla. En algún momento la historia se cierra. Ella saca unas hojas del bolsillo trasero del jean. "Tome, lea, así sale un poco de esta pesadilla. Los escribieron unos amigos". Son poemas. Dos están firmados por "Blanca Sivautt", dos por "Juan Pablo Tosi Rivella" y varios, muy cortos, por "Nahilí Jarcovsky". Tengo que hacer un esfuerzo para concentrarme, pero después me engancho. Los de Sivautt son delicados y fuertes a la vez, tienen algo de antiguo pero no de envejecido: digamos, son textos antiguos que se leen como en el momento de haber sido escritos. Pienso en fuego, caricias exasperadas, jadeos en el infierno. Los textos de Tosi son muy distintos entre sí; en el primero hay todo un pirueteo verbal que hace pensar en un show de fuegos artificiales, el otro es más... ¿serio?, no sé, hay como un bajón en el ánimo, un uso diferente de las inquietudes. Los de Jarkovsky, por último, se adaptan, como los haikus, al formato breve y, como los haikus sorprenden, a veces por lo inédito de los desenlaces, a veces por el efecto novedoso de ciertas metáforas de uso. Estoy por hacerle esos comentarios a Ema cuando la puerta se abre tan violentamente que golpea contra la pared, rebota y casi vuelve a cerrarse, pero alguien, indistinguible, la detiene, la vuelve a abrir y entra, rodeado por los títeres que lo miran como si se tratara de un santo o del mismo Dios; una figura envuelta desde los hombros hasta los pies en una especie de sotana. Sobre la cabeza tiene puesta una capucha que me recuerda una pintura de Magritte.
Se produce un movimiento entre los títeres y entra Desmundo, el arlequín. Trae, como si fuera una pancarta, un collage: alguien ha cortado y pegado de una manera resignificada el cartel de Finisterre II. La palabra "Finisterre" se mantiene, el "II" ha desaparecido. El afiche original representaba a un chico sentado con una pipa en la boca. Ese chico tenía alas y un rostro cadavérico (o una máscara con esos rasgos); un gato lo miraba desde arriba de una cómoda y al fondo, arriba, se veía a la Tierra como si fuera la Luna. Ahora, producto del corte y el repegado, la imagen muestra una ciudad armada sobre montañas. Las casitas hacen pensar en The nightmare before Christmas y en el País de Nunca Jamás, versión Raúl González Tuñón. Desmundo grita, nos grita: "¡Escuchen a Fernando Erbin!". Y Fernando Erbin, el sujeto encapuchado (recuerdo ahora que en la sala lo habían ovacionado) habla con voz enmascarada y cierta melancolía sobre Finisterre, una especie de paraíso que no suena inalcanzable. Todos, horrorizados, sangrantes, con el estómago revuelto por lo que hemos pasado y tenido que ver, escuchamos esa mezcla de elegía y canto celebratorio. Lo escuchamos y sentimos que una paz extraña nos invade. No sabemos por qué, pero tenemos la idea de que todo lo ocurrido no ha sido en vano, que algo cambiará. "No olviden el mensaje de Erbin" grita Desmundo. Después todos rodean a esa especie de profeta y se van con él.
Nosotros también nos levantamos, pesadamente, como si la gravedad nos chupara hacia abajo. Nos vamos yendo, Ema me hace un saludo con la mano y se acerca a una chica que, supongo por la voz, es la Gisel Amaya que vio llorar al viejo en el colectivo. "Incomunicable, incognoscible, inexistente" dice la chica con un tono que no llega a ser todo lo irónico que ella quisiera.
Un rato después, ya en mi casa, me doy cuenta de que no he escrito la reseña para los realizadores de Finisterre II. Obviamente, no puedo contarles lo que me pasó porque no lo creerían, ni comentar algo que no llegué a ver. Qué se yo, alguna excusa se me va a ocurrir; ojalá los chicos no se ofendan.

Daniel Fara

Índice

Índice

Prólogo por Daniel Fara

Fernando Erbin
La Revelación de Desmundo

Gisel Amaya Dal Bó
El hombre y su doppelgänger
Incomunicable, incognoscible, inexistente

Hernan D’Ambrosio
Percepción

Bárbara Iansilevich
Ema va...

Blanca Sivautt
Y; aún así
En el...

Juan Pablo Tosi-Rivella
Sempiterno
Arte retórico

Nadia Nahilí Jarcovsky
Diminuto
Dicotomía
El mago
Polaridad
Lente
Al pan pan
Colección
Paradigma
Crudo

Sección Finisterre por Fernando Erbin

¡Salió el n°2 de Finisterre!


Con un mes de atraso, pero con más cuentos, con una genial reseña-prólogo personalizada a cargo del profesor Daniel Fara y con la inauguración de la Sección Finisterre (espacio temático con textos variados sobre el lugar ficticio que da nombre a la revista) a cargo de Fernando Erbin.
Para conseguir números, finisterrevista@gmail.com. No se la pierda. (¡Llame ya!)