martes, 6 de enero de 2009

Círculo

CírculoFernando Erbin

La oscuridad lo cubrió todo.

Era pasada la medianoche y las nubes amenazaban lluvia. Lentamente, su vista se agudizó y pudo distinguir las formas en el callejón estrecho. A su izquierda, una verja cerraba el acceso a un pasaje lateral; a su derecha se encontraba el negocio al cual tenía que entrar. En la vidriera, adornada con unos pocos libros polvorientos, había un círculo pintado, de apariencia serpentil, sobre el cual un cartel rezaba: Librería “Ouroboros”.
Trató de forzar la puerta, pero, para su sorpresa, ésta no tenía traba. Entró al local en sombras y caminó hacia el fondo. Detrás de varios estantes altos llenos de libros viejos, encontró otra puerta, que daba a un pasillo corto. Al final de éste había una escalera, y la subió. Mientras lo hacía, oyó un ruido metálico que provenía de afuera: alguien había abierto la verja. Se detuvo, perturbado por el ruido, pero decidió seguir. En el piso de arriba se extendía otro pasillo con varias puertas, que daban a rancios apartamentos. Probó la cerradura del número tres; también estaba abierta. Muy inquieto, entró a un cuarto oscuro, repleto de cajas viejas y algunas pinturas; una puerta a su izquierda daba al baño; otra a su derecha daba al dormitorio; una tercera, de vidrio, daba un pequeño balcón con baranda baja.
Con mano temblorosa, abrió la puerta entornada del baño, esperando lo peor: estaba vacío. Volvió a la habitación y se quedó parado en el centro, dudando. Se acercó al balcón; la puerta estaba abierta y una brisa fría se colaba en el apartamento. Miró hacia el callejón debajo, tratando de ver si había alguien, pero estaba demasiado oscuro. Unas pocas gotas comenzaron a caer desde el cielo. De repente, por el rabillo de su ojo, captó un movimiento desde el baño. Giró la cabeza para mirar a un hombre de facciones árabes, vestido con una gabardina y sombrero negros. Éste levantó una cachiporra y, antes de que pudiera reaccionar, lo golpeó en la cara. Se tambaleó, mareado, y sintió dos manos que lo empujaban hacia afuera. La baranda no pudo detenerlo y cayó al vacío.
Milagrosamente, sobrevivió. Algunos huesos se habían roto, pero estaba vivo. Comenzó a llover. Se levantó, no sin esfuerzo y dolor. Dentro de la librería, notó, alguien lo estaba observando. Segundos después, sintió una puñalada en la espalda y cayó hacia las tinieblas.

La oscuridad lo cubrió todo.

Era pasada la medianoche y las nubes amenazaban lluvia. Lentamente, su vista se agudizó y pudo distinguir las formas en el callejón estrecho. A su izquierda, estaba la verja; a su derecha la librería.
¿Había tenido un sueño? No, estaba despierto. Parecía más bien un recuerdo, pero un recuerdo de algo que nunca sucedió. Tal vez, supuso, fue deja-vú. Tampoco le convencía esto, pues recordaba vívidamente la experiencia que había tenido. Pero entonces, ¿sucedería lo que imaginó, si entraba a la librería? La figura que antes había divisado dentro no estaba, pero tampoco lo había estado la primera vez que entró. Inmediatamente, se dio cuenta: ese sujeto llegó poco después que él, abriendo la verja que estaba a su izquierda. Miró a través de ésta hacia el pasaje, pero no había nadie allí. Decidió entonces entrar a la librería.
Trató de forzar la puerta, pero, para su sorpresa, ésta no tenía traba. Entró al local y caminó hasta el fondo. Subió la escalera y, mientras lo hacía, oyó un ruido metálico proviniendo de afuera. Se detuvo, perturbado por el ruido, pero decidió seguir. Probó la cerradura del apartamento tres, y también estaba abierta. Muy inquieto, entró al cuarto oscuro. Con mano temblorosa, abrió la puerta entornada del baño, esperando lo peor: estaba vacío. Volvió a la habitación y se quedó parado en el centro, dudando. Se acercó entonces al balcón y miró hacia el callejón debajo, tratando de ver si había alguien, pero estaba demasiado oscuro. Unas pocas gotas comenzaron a caer desde el cielo. De repente, por el rabillo de su ojo, captó un movimiento. Giró la cabeza para mirar al hombre árabe, de gabardina y sombrero negros. El hombre levantó la cachiporra y, antes de que él pudiera reaccionar, lo golpeó en la cara. Se tambaleó, mareado, y sintió dos manos que lo empujaban hacia afuera. La baranda no pudo detenerlo y cayó al vacío.
Milagrosamente, sobrevivió. Algunos huesos rotos, pero estaba vivo. Comenzó a llover. Se levantó, no sin esfuerzo y dolor. Dentro de la librería, notó, una persona lo estaba observando. En ese momento se dio cuenta que estaba viendo un reflejo en la vidriera: el hombre estaba detrás suyo. Segundos después, sintió una puñalada en la espalda y cayó hacia las tinieblas.

La oscuridad lo cubrió todo.

1 comentario:

Bárbara dijo...

¿Y la Finisterre II? Jejejeje...
Metamosle pata, delen!